Por Miguel Yilales
@yilales
Venezuela es un país atípico por donde se vea. Las
diferencias socioculturales cada vez son más evidentes, catastróficas y además
insalvables por culpa de una dirigencia política desenfocada y empeñada en
llevarnos por la calle de la amargura, con lo cual podemos dudar seriamente que
sepan o tan siquiera conozcan cuáles son sus responsabilidades y obligaciones con
quienes todavía creen en ellos.
Desde que Juan Vicente Gómez proscribió y persiguió a los
que se habían dedicado a la vida pública, que no tiene que ver con el oficio de
María Magdalena ni con los años para los que se preparó Jesús antes de su
pasión y muerte, pertenecer a un partido político era mortal porque en La
Rotunda le esperaban unas “suites” con las comodidades que promueve todo
dictador: la tortura, la vejación, el maltrato y, por supuesto, el más oscuro
olvido.
Esa persecución acabó con los partidos tradicionales del
Siglo XIX y no permitió que se estructuraran las nuevas corrientes políticas
del Siglo XX. Luego es harta conocida la historia: llegaron unos zagaletones a
cambiarlo todo, su irreverencia permitió que se crearan las instancias de
participación ciudadana y eso, nos guste o no, es la política. Claro los
resultados solo se vieron cuando el penúltimo dictador tomó las de Villadiego y
abandonó en la huida maletas de dinero (hasta en eso eran más discretos los de
antes porque ahora ha sido tanto lo robado que se necesitarían containers de billetes que no cabrían en
aeronave alguna o contar con un tuerto o una almirante que sirvan de testaferros).
Darwiniana supervivencia
La única forma de llegar al poder es mediante la
participación en política. Los partidos son la instrumentalización de ello. Los
franceses, los rusos, los chinos y todo aquel con algunas neuronas muertas,
incluso los chavistas, lo saben. Por eso es que llama la atención que haya
quienes aspiran a hacer política, llegar a formar gobierno y conducir los
destinos del país con una apócrifa asepsia política, con solo seguidores en redes
sociales y sin tantos arrumacos de pueblo; critican que los partidos políticos se
organicen, tengan militancia, posean dirigentes (malos, regulares o buenos) y
no entiendan que sin estructura no se hace política. Hasta Donald Trump lo
comprendió: compitió dentro del partido, derrotó al stablishment y se hizo con la presidencia de la nación más poderosa
del Orbe.
Nuestra desgracia es que a nadie le gusta fajarse al interno
de los partidos ni en estos calan las disidencias. Ante lo primero prefieren
decir que se necesita un outsider (ellos mismos) o montan tienda aparte con los
cuatro gatos que los siguen (las divisiones de Acción Democrática son una
prueba de ello) y para lo segundo tienen a la mano las expulsiones (así
defenestran sin discusiones internas) que, a fin de cuentas, permite la
conformación de grupúsculos en torno a una figura pero que, hasta ahora, no
logra nuclear a su alrededor una verdadera fuerza política.
En la Venezuela de estos tiempos hay muchos partidos
políticos que solo cuentan en sus filas con sus dirigentes y algunos familiares,
que les preocupa contarse, medirse o siquiera saber si existen. El proceso de
legitimación que fue establecido como espada de Damocles para lo único que
servirá es para sincerar quienes tienen militancia y quienes tienen capacidad
de movilización, es decir, la darwiniana supervivencia.
Más que miserables
Lo lamentable es que esos mismos partidos no entiendan lo
que se vive en el país quizás porque están desconectados de la descomunal
crisis, porque a ellos aún no les ha llegado su cuarto de hora o porque sufren
de una ceguera descomunal que no les permite ver lo que padecen los miserables
a los que se refería Víctor Hugo, el sufrimiento de los que dejaron de ser
clase media para engrosar una media clase y cómo la mayoría resiste ante una
tiranía que extermina al consentir decesos por inanición, por falta de atención
médica y por la acción del hampa.
¿Los partidos políticos deben legitimarse? ¡Claro que sí!
¿Las organizaciones partidistas deben movilizar a la sociedad para algo más que
no sea lo electoral? ¡Por supuesto! Y ahí está el quid del asunto porque de
nada sirven los partidos políticos que exclusivamente piensan en lo electoral,
que no se preocupan por los ciudadanos, cuyos dirigentes abarrotan los mismos
restaurantes en los que se negocia el país y que no logran canalizar el
descontento social.
Llueve… pero escampa
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