Por Miguel Yilales
@yilales
Cuando una revolución de pacotilla se apodera de todos los
espacios de poder no se pueden esperar resultados distintos a los que tenemos:
un país arruinado, instituciones desvencijadas, un liderazgo decrépito y una
sociedad desestructurada. Es que durante años el régimen se ha empeñado y
esmerado por demostrar cómo se puede ir contra corriente para, en vez de
generar la mayor suma de felicidad, destruir al país y depauperar a los
venezolanos.
Por eso es que causa extrañeza que chillen como un camión
cargado de cochinos directo al matadero porque desde el Imperio y desde
distintos países del continente se ha elevado una unísona voz, con las escasas
disidencias que aún reciben su coima, para alertar que este es un régimen
delincuente, violador de derechos humanos, irracional y troglodita que nos ha
convertido en un Narcoestado y, peor aún, en un Estado fallido.
De seguida sueltan a las salvajes falanges rojas a que vociferen
e insulten a los críticos. Por una parte sale la roja canciller, que en materia
diplomática es la más ignorante que nación alguna haya tenido, a pretender dar
lecciones sobre las relaciones internacionales y por la otra prorrumpe
enardecido el sustituto del estratega que convirtió un museo en escondrijo, no
podía ser de otra forma, a exigir respeto a la dignidad, probidad y
honorabilidad del proceso chavista aunque todos sepamos que no hay comedimiento,
decencia, pundonor, respetabilidad, pudor ni decoro en esta revolución.
Ornitorrinco no es
pato
Cuando alguien argumenta que estamos en presencia de un
régimen forajido y Nicolás Maduro se encoleriza, habría que preguntarle:
¿Cuántos presidentes, primeros ministros, emperadores, monarcas, reyes o reyezuelos
tienen presos a sus sobrinos por conspirar para introducir droga en otro país?
¿Cuántos aeropuertos en el mundo (de uso exclusivo del gobierno y custodiado
por militares incondicionales) son usados para exportar drogas como si fuese un
negocio lícito? ¿Cuántos mandatarios designan a su propio hijo para que le siga
la pista (o les eche tierrita) a los chanchullos de su administración (y de la
anterior) con Odebrecht? ¿Cuántos verdaderos demócratas persiguen y
criminalizan a la disidencia política para amedrentarla, minimizarla y
exterminarla porque es la forma de aferrarse al poder?
Como sí esas dudas no fuesen suficientes habría que
consultarle a algún experto en materia política ¿Cómo se llama el sistema que permite
que sus gobernados estén a merced de unos delincuentes armados por el mismo
gobierno? ¿Cómo se denomina a un sistema en el que los gobernantes parecen
neveras de dos puertas, en el que los famélicos gobernados saben que comer es un
lujo reservado a la pústula en el poder, en el que dejan fallecer a los niños
de inanición y donde la gente se ve obligada a hurgar en la basura para
alimentarse? ¿Cómo se designa a un régimen que improvisó medidas sanitarias que
terminaron por resucitar las enfermedades endémicas erradicadas en el mundo y que
no previó medicamentos que pudieran curar a los desamparados?
Se dice que si tiene cola de pato, pico de pato y camina
como pato a nadie se le ocurriría decir que es un ornitorrinco a pesar de que
sea ovíparo, de sus palmíferas patas y de su pico de pato.
De cachilapos a capitostes
Sí el vicepresidente de un hipotético país suramericano,
caribeño, antiimperialista, revolucionario y socialista es acusado de tener nexos
con grupos terroristas que ensangrientan al Oriente Medio entonces no debieran
sonrojarse y sí en ese mismo país el presidente del máximo órgano de justicia
tiene prontuario criminal en lugar de currículo académico entonces no debieran
ruborizarse.
Además sí los padres, hijos, sobrinos y nietos, amigos y
allegados, edecanes y testaferros de un muerto viviente ostentan un estilo de
vida que empalidece a los ricos y famosos de las listas de Forbes entonces no
debieran molestarse; sí los presos de las cárceles usurpan la identidad de un
banco y luego la policía política los encubre transmutándolos en pizzeros entonces
no debieran incomodarse y sí los pranes de las penitenciarías hacen turismo
mientras los ciudadanos acatan un toque de queda autoimpuesto entonces no
debieran sofocarse.
Son unos delincuentes, malhechores, forajidos y bandidos que
se birlaron un billón de dólares, que los convirtió de cachilapos a capitostes
multimillonarios, y no deben impactarse por esta verdad catedralicia.
Llueve… pero escampa
excelente como siempre querido amigo. un abrazo
ResponderEliminarBien! Por ese artículo, profesor Yilales. Se le recuerda.
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