Por Miguel Yilales
@yilales
Normalmente las monedas se utilizan para completar los pagos
exactos o se reciben como parte del dinero entregado de sobra al cancelar por
un bien pero en el país con la más alta inflación del mundo y en el que circula
un billete duro de sacar de circulación, una mezcla de John McClane (Bruce
Willis), Rambo (Sylvester Stallone) y Terminator (Arnold Schwarzenegger) de los
billetes, estas no sirven ni para darlas de limosna.
Hace muchos años a los niños venezolanos les enseñaban una
canción que hablaba sobre un genio de las finanzas que compraba, gastaba y siempre
tenía lo invertido para conseguir más: compraba animales que parían y en un
acto de prestidigitación siempre le quedaba lo que había gastado, por lo que
seguía comprando y acumulando bienes de fortuna. Toda una escuela de economía,
sin reglas y que solo funciona si quien subvenciona es papá Estado.
En la Venezuela de hoy hablar de la canción “Con real y
medio” es como hablar de arqueología. Primero porque las monedas son una
especie extinción, segundo porque no tienen ningún valor y finalmente porque
nos veríamos obligados a cargar con una mochila a lo Indiana Jones para poder comprar
una simple golosina o un diminuto chocolate. Es que en tiempos revolucionarios
las monedas son un peso inútil e innecesario para una republiquita de pacotilla
que es incapaz de garantizarles a sus conciudadanos las condiciones mínimas
para subsistir, vivir y medio sobrevivir.
Entre guerras chimbas
Resulta que la única nación del mundo que ha estado bajo un
ataque constante desde que inició el milenio, que ha resistido las inclementes
y despiadadas arremetidas de las potencias del orbe deseosas de quedarse con nuestras
riquezas, que ha opuesto resistencia a más conflagraciones que las ocurridas en
las Guerras Púnicas, las Médicas y las del Peloponeso le dio ahora por auto
proclamarse como potencia global.
Luego de enfrentar la guerra económica, la mediática, la
eléctrica, la climática, la diplomática, la psicológica, la de las iguanas, la
de los billetes de 100, la de los electrodomésticos, la de los panaderos, la de
los transportistas, la de los especuladores y los bachaqueros, la farmacéutica,
la parlamentaria, la de Obama (aunque entregó la presidencia aún hay vallas con
lo del decreto), la de la derecha apátrida y la de los niños asesinos no se
podía esperar otra cosa sino que se erigiera como el gran referente político,
el cirio de la resistencia y el norte a seguir (a escala mundial) por su poderío
y capacidad.
En términos actuales una gran potencia se define por poseer una
economía fuerte bien sea por su producto interno bruto (nosotros tenemos al
campeón de las brutalidades pero en eso no aplica); por su valor monetario (en
el nuestro con lo que dispensa un cajero automático solo alcanza para 4 cafés
grandes) o por la producción de bienes y servicios (aquí la luz está en
constante racionamiento; el agua potable es insalubre y se va a cada instante;
la sanidad brilla por su ausencia; la educación está en manos de unos neófitos
que la usan para ideologizar y padecemos un brutal desabastecimiento que va
desde una hogaza de pan hasta de gasolina) o por sus poderosas fuerzas militares
(no aplica para las que se les pierden los helicópteros o las que instalan
vivacs en territorio colombiano porque el GPS se quedó sin baterías).
Desvergonzados sin
prurito
Lo preocupante de esta bolivariana, socialista, revolucionaria
y chavista potencia (con indicadores que la ubican a niveles de Burundi,
Zimbabue y Afganistán) es que sus cabecillas perjuran que vamos por buen camino
a pesar de los pésimos resultados, que la vaca da para seguir ordeñándola y que
el cuento de que somos una antorcha que todos siguen (los demás países van en
sentido contrario) sirve para seguir engatusando a incautos.
Los únicos que todavía se gozan a esta depreciada potencia
de a real y medio son los que se han enchufado para saquear al país desde un
cargo público, son los empresarios que se hicieron millonarios lactando de las
ubres del Estado y que hoy asisten a los actos, sin ningún prurito, a que les
den millonarios aportes a cambio de una arrastrada y roncera adulación, son los
menesterosos (de principios y valores) que se han convertido, de la noche a la
mañana, en poseedores de todo lo expropiado y son todos los boliburgueses que
no pueden ocultar los lujos, el derroche y las ostentaciones propios de unos recién
vestidos.
Llueve… pero escampa
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