Miguel Yilales
@yilales
Sí los hispanohablantes tenemos dudas sobre la acepción de
una palabra recurrimos al diccionario. Recuerdo que cada vez que le preguntaba
a mi papá por el significado de una palabra me enviaba a revisar el mataburros
con lo cual eliminaba dos pájaros con una sola pedrada: me hacía estudiar y que
dejara la flojera.
Cuando el instituto de filología Andrés Bello de la
Universidad Central de Venezuela de la mano de Rosemblant inició los trabajos
para clasificar esas palabras que eran exclusivas del hablar del venezolano,
nunca se imaginó que en los años venideros tendrían mucho trabajo.
Todo comenzó por tratar de clasificar las palabras como
buenas y malas en el habla de los venezolanos, para resultar que las palabras
no son buenas o malas sino que son de uso común o no según las regiones donde
se empleen.
En realidad la Real Academia Española, aunque últimamente ha
hecho esfuerzos para reconocer que hay más español que el de España, registraba
las voces que pertenecen al español general y las que son de uso de España e
incluía, de manera asistemática y poco rigurosa, vocablos de países
hispanoamericanos, marcados como regionalismos.
Esa metodología reflejaba que para la Academia la lengua
empleada en ese país es “el español” mientras que la empleada en cada uno de
los países hispanoamericanos es una “desviación”, con lo cual toda
Hispanoamérica, es decir, más de 400 millones de personas somos excéntricos por
no decir anormales.
Delincuentes de
cuello rojo
Este cuento lexicográfico, que no es pelea con la RAE, viene
porque a veces en el mismo país no entendemos los vocablos que usamos: el recao
de olla, guachicones, esnobol, lampazo, coleto, son palabras que solo las entienden
quienes las emplean regularmente.
Muy distinto al de un personajillo que vive inventando
palabras, de seguro porque no hubo quien le dijera que revisase el mataburros,
con lo cual cada día se hace más burro, y lo digo sin insinuaciones a onomástica
alguna y mucho menos con intenciones antroponímicas.
Tanto ha cambiado nuestro idioma, que hasta las formas se
han visto afectadas por este improvisado régimen que lleva casi 16 años, y para
muestra más que un botón.
El servicio exterior ese cuerpo permanente (esto solo
aplicable a algunos privilegiados en Portugal y en la OEA), formado por
profesionales (excepción venezolana que mandan al primero que tenga carnet),
que trabajan para el Estado (algunos ni lo han hecho en su vida) y se
desempeñan en embajadas, consulados y misiones (hay quienes ni conocen sus
funciones) son otra cosa hoy en día.
Por ejemplo si a usted lo designan Cónsul, en los países del
mundo antes de darle el placet, deben revisar sus antecedentes penales y sus
vínculos con el narcotráfico internacional, porque pareciera que ahora ser Cónsul,
en Venezuela, es sinónimo de capo de un cártel.
Igual sucede con el grado de general de la fuerza armada
bolivariana, chavista, socialista y antiimperialista en la que cada soleado
tiene un expediente por algo, para que no salte la talanquera por aquello de
que chivo que se devuelve se esnuca. Los generales son receptores de divisas de
CADIVI para importaciones que nadie ha visto, vio o verá; aparecen en todas las
listas de los más buscados y para colmo de males se creen herederos de las
glorias del Libertador, sin haber librado aunque sea una sola batalla.
Sensaciones más que
reales
En Venezuela la política reciente ha dado mucha tela que
cortar, en especial por los aportes lingüísticos, que debe tener a la Academia
española y a su correspondiente venezolana dando carreras, como si se tratase
de Filípides para anunciar la victoria de Atenas sobre los persas.
En el país todos los días acontece algo que no podemos
llamar por su nombre. Asesinan pero no son asesinatos, secuestran pero no son
secuestros, roban pero no pueden ser catalogados de robos; solo son sensaciones
de inseguridad, que las actoras (Maduro dixit) de la injusticia venezolana las
catalogarán de exageraciones mediáticas y de percepciones de quienes debieran
estar pendientes de las “masacres” de la canalla internacional en lugar de
conspirar (protestar) contra la gestión madurista, como si no estuviésemos
asediados por la delincuencia, por cierto tan organizada como la gubernamental.
Mientras al Nerón obrerista le da por echarle trementina a
la obra y acercarla a la candela, los venezolanos tenemos que estar listos para
apagar el candelero, mientras él toca la conga.
Llueve… pero escampa
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