domingo, 5 de junio de 2016

Mucha desesperanza y poco liderazgo

Por Miguel Yilales
@yilales
En los deportes siempre hay el que juega y el que dirige la estrategia. No todos pueden estar en el terreno y no todos pueden mandar. Es más la conducción es individual y nunca puede ser colectiva.
Así ocurre en la política. Debe haber quien dirija y quienes sean dirigidos. Y al igual que en el deporte quien asume las riendas, se supone es el que tiene experiencia, conocimiento y que ha hecho un recorrido que le permite tomar las decisiones oportunas, en el momento preciso, planificar y, por supuesto, asumir las consecuencias de las decisiones que tome, se gane o se pierda el juego, que en este caso pudieran ser unas simples elecciones para alcalde, gobernador o presidente, y en otros casos el país, la nación o el Estado.
Decían que George Foreman era invencible pero fue derrotado por Muhammad Ali. Para ello “El Más Grande” planificó una pelea a 15 asaltos, se movió como una mariposa y picó como una abeja, y la liquidó en 8. No concibió una confrontación que tenía perdida si la buscaba en los primeros asaltos, porque ahí, libra a libra, Foreman era superior. Planificó, ejecutó su estrategia y gano contra todo pronóstico.
Ser líder requiere ese mismo don particular que demostró Ali. Implica conocimiento, entrega, responsabilidad y coherencia en lo que se dice y lo que se hace. Está en concebir y ejecutar las acciones, así no sean del agrado de la mayoría, lo cual no implica que se actúe entre gallos y medianoche. Sí Churchill hubiese consultado al pueblo británico por cada una de sus acciones de seguro el mundo hablaría alemán.
Sobra mánager de tribuna
Imagínense que en un juego de futbol (ahora que el mundo se presta a celebrar el centenario del torneo más longevo) en el que se requiera cumplir las instrucciones previas del seleccionador sobre quién cobra, quien remata y quién debe cubrir cada posición, y como no estaban de acuerdo con lo que dijo el entrenador cada quien actúa como radical libre y hacen lo que les parezca o en el beisbol que ante la decisión de un toque de bola, el bateador decida hacer lo que le venga en gana, porque el que juega es él y no el mánager o peor aún porque no le fue consultado antes de tomar la decisión.
Esto ocurre a diario en Venezuela. Sobran los conocedores de todas las materias. Las personas opinan, con una propiedad de erudito que dejaría en pañales a cualquier pensador en la historia de la humanidad. Somos expertos en eso que llaman mánager de tribuna. En especial sí de política se trata, solo nosotros tenemos la solución verdadera y quien no concuerde se le debe hacer la cruz, insultarlo y execrarlo como interlocutor válido.
Es que en eso de creerse la tapa del frasco siempre hay quienes se creen más tapa, así no haya frasco que tapar. Fíjense que hay un ruin personaje que se cree animador de televisión, que jura y perjura que sus opiniones obedecen a un infalible e implacable conocimiento sobre lo que pasa y, aunque todos los sondeos de opinión lo cataloguen como el más despreciable, el más vil y el más infame político que tiene el país, sigue con sus cuentos, chismes y mazasos como sí de un gran líder se tratase.
Con gorra o con mazo
Cuando las personas perciben que las actuaciones de un político, así no sea intencional, obedecen a sus propios intereses y no al interés colectivo, se genera una matriz de rechazo. Sea que use una gorra tricolor o que amenace con un garrote en la mano.
Sí alguien que siempre ha reprochado a quienes critican la unidad, de repente empieza a lanzar piedras al techo de cristal que agrupa a la misma, amenaza con irse y reta a que lo expulsen, es como para sentarse a pensar si esta en sus cabales o cuáles son sus intereses reales: ¿Era mala “la salida” porque no era el camino para enfrentar a un régimen tiránico o porque el tiempo no era perfecto? ¿Es que ahora el camino pacífico, electoral, democrático y constitucional no está reñido con la protesta? ¿Se percató que la protesta siempre fue el camino para presionar a esta autocracia?
Los momentos que vive el país son de aplomo, de decisiones sopesadas, de actuar con cordura. Suficiente locura hay en Miraflores como para contribuir con decisiones testiculares u ováricas, por mucho que estemos picado de culebra y saltemos ante cualquier bejuco, en especial cuando hay tanta desesperanza como para ver a unos “líderes” desorientados porque, aunque la gente está en la calle, no logran capitalizar políticamente el descontento.
Llueve… pero escampa

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