Por Miguel Yilales
@yilales
En los deportes siempre hay el que juega y el que dirige la
estrategia. No todos pueden estar en el terreno y no todos pueden mandar. Es
más la conducción es individual y nunca puede ser colectiva.
Así ocurre en la política. Debe haber quien dirija y quienes
sean dirigidos. Y al igual que en el deporte quien asume las riendas, se supone
es el que tiene experiencia, conocimiento y que ha hecho un recorrido que le
permite tomar las decisiones oportunas, en el momento preciso, planificar y,
por supuesto, asumir las consecuencias de las decisiones que tome, se gane o se
pierda el juego, que en este caso pudieran ser unas simples elecciones para
alcalde, gobernador o presidente, y en otros casos el país, la nación o el
Estado.
Decían que George Foreman era invencible pero fue derrotado
por Muhammad Ali. Para ello “El Más Grande” planificó una pelea a 15 asaltos,
se movió como una mariposa y picó como una abeja, y la liquidó en 8. No
concibió una confrontación que tenía perdida si la buscaba en los primeros
asaltos, porque ahí, libra a libra, Foreman era superior. Planificó, ejecutó su
estrategia y gano contra todo pronóstico.
Ser líder requiere ese mismo don particular que demostró
Ali. Implica conocimiento, entrega, responsabilidad y coherencia en lo que se
dice y lo que se hace. Está en concebir y ejecutar las acciones, así no sean
del agrado de la mayoría, lo cual no implica que se actúe entre gallos y
medianoche. Sí Churchill hubiese consultado al pueblo británico por cada una de
sus acciones de seguro el mundo hablaría alemán.
Sobra mánager de
tribuna
Imagínense que en un juego de futbol (ahora que el mundo se
presta a celebrar el centenario del torneo más longevo) en el que se requiera
cumplir las instrucciones previas del seleccionador sobre quién cobra, quien
remata y quién debe cubrir cada posición, y como no estaban de acuerdo con lo
que dijo el entrenador cada quien actúa como radical libre y hacen lo que les
parezca o en el beisbol que ante la decisión de un toque de bola, el bateador
decida hacer lo que le venga en gana, porque el que juega es él y no el mánager
o peor aún porque no le fue consultado antes de tomar la decisión.
Esto ocurre a diario en Venezuela. Sobran los conocedores de
todas las materias. Las personas opinan, con una propiedad de erudito que dejaría
en pañales a cualquier pensador en la historia de la humanidad. Somos expertos
en eso que llaman mánager de tribuna. En especial sí de política se trata, solo
nosotros tenemos la solución verdadera y quien no concuerde se le debe hacer la
cruz, insultarlo y execrarlo como interlocutor válido.
Es que en eso de creerse la tapa del frasco siempre hay
quienes se creen más tapa, así no haya frasco que tapar. Fíjense que hay un
ruin personaje que se cree animador de televisión, que jura y perjura que sus opiniones
obedecen a un infalible e implacable conocimiento sobre lo que pasa y, aunque todos
los sondeos de opinión lo cataloguen como el más despreciable, el más vil y el
más infame político que tiene el país, sigue con sus cuentos, chismes y mazasos
como sí de un gran líder se tratase.
Con gorra o con mazo
Cuando las personas perciben que las actuaciones de un
político, así no sea intencional, obedecen a sus propios intereses y no al
interés colectivo, se genera una matriz de rechazo. Sea que use una gorra
tricolor o que amenace con un garrote en la mano.
Sí alguien que siempre ha reprochado a quienes critican la
unidad, de repente empieza a lanzar piedras al techo de cristal que agrupa a la
misma, amenaza con irse y reta a que lo expulsen, es como para sentarse a
pensar si esta en sus cabales o cuáles son sus intereses reales: ¿Era mala “la
salida” porque no era el camino para enfrentar a un régimen tiránico o porque
el tiempo no era perfecto? ¿Es que ahora el camino pacífico, electoral,
democrático y constitucional no está reñido con la protesta? ¿Se percató que la
protesta siempre fue el camino para presionar a esta autocracia?
Los momentos que vive el país son de aplomo, de decisiones
sopesadas, de actuar con cordura. Suficiente locura hay en Miraflores como para
contribuir con decisiones testiculares u ováricas, por mucho que estemos picado
de culebra y saltemos ante cualquier bejuco, en especial cuando hay tanta desesperanza
como para ver a unos “líderes” desorientados porque, aunque la gente está en la
calle, no logran capitalizar políticamente el descontento.
Llueve… pero escampa
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