Por Miguel Yilales
@yilales
No pretendo referirme al cuento de autoayuda del escritor
argentino Jorge Bucay, ni descifrar si la historia relata o no a la vida del
empresario brasileño Valentín Tramontina y de seguro habrá quien piense que el
tema es recurrente y repetitivo, pero no tengo la culpa de que, en estos 17
años, hayan prostituido la República y sus instituciones.
Trabajar de cancerbero en un prostíbulo puede o no ser
gratificante dependiendo con el cristal con que se mire. Lo que sí es cierto
que para ese desempeño se debe tener carácter, estar mal encarado, tratar con
clientes inoportunos y lidiar con borrachos impertinentes. De ahí que deben usar
un lenguaje cónsono con ese trabajo.
En Venezuela se dice que hay personas que en lugar de boca
tienen trompa y que en vez de vocabulario tienen trompabulario. Lo peor es que
de un tiempo para acá hay quienes creen que lo popular va de la mano con lo
ordinario y lo vulgar. Manuel Caballero decía, al referirse a la forma
escatológica en que se expresaba el difunto e insepulto comandante, que su
léxico era propio de un “portero de burdel”.
Es esa forma grotesca, vulgar y obscena como hablan y
escriben los que profesan el culto al Socialismo del Siglo XXI (a veces
contagia a los que la adversan), que forma parte del dogma de fe revolucionario
y una prueba de adhesión al proceso sedicioso que lideraron los rojos
seudópodos que destruyeron a Venezuela.
Muerte a la sabiduría
Durante casi 5 lustros, desde que insurgieron contra el
orden constitucional en el país, esta caterva se ha dedicado a deformar la memoria
histórica, a destruir las instituciones, a implosionar al país y a asesinar la
sabiduría, el mérito, las buenas costumbres y las normas de convivencia
ciudadana.
En el siglo pasado nos gobernaron, por más de 70 años, los
andinos (que no son ignorantes, ni incultos); 15 años lo hicieron llaneros; 2
caraqueños mandaron por 3 años; un guayanés y un oriental lo hicieron por 5
años y un mirandino ejerció el poder por 8 años; algunos no terminaron la
educación universitaria y otros apenas culminaron el bachillerato, en cambio hubo
quienes egresaron de las universidades como médicos, abogados, periodistas o surgieron
de las filas militares, y en todo ese tiempo a ninguno se le ocurrió usar un
lenguaje impropio a las funciones que les correspondió ejercer.
Quienes tuvimos el privilegio de escuchar los discursos que
surgían del extinto Congreso Nacional o las alocuciones presidenciales de la
época, se estuviese de acuerdo o no con las disertaciones, podemos decir que desde
las distintas tribunas surgieron dignas piezas de oratoria que resaltaban por
lo adecuado, profundo y perspicaz, muy diferentes a las monsergas revolucionarias
que destacan por su vacuidad, zoncería y mojigatería.
Además con la llegada al poder de la peste roja se instituyó
la indecencia como norma de etiqueta; se cambió el Manual de Carreño por la
ordinariez y la vulgaridad del expulsado carroñero de Carreño y se instituyó la
chancleta, la lycra y la pantaleta de caqui con faralao de alambre de púas como
indumentaria revolucionaria.
Resentidos y
ordinarios
Por eso es que quien dirige las relaciones exteriores
venezolanas es la burla generalizada en todo el continente. Ella desconoce las más
elementales normas diplomáticas y por su “sutil” forma de expresarse sería más
adecuado que trabajase en un bar de carreteras donde sí sería lógico que berree,
vocifere, rezongue, desentone y lance puñales con liguitas.
Pero el más claro ejemplo de la ordinariez y la vulgaridad
lo encarna el que regenta el Palacio de Misia Jacinta. Desde ahí insulta a todo
el que no piense como él (así sea un oxímoron), hace burlas de doble sentido
que traspasan el límite de la decencia, instituye la procacidad como carta de
presentación política y su patrón de conducta raya en lo escatológico.
Por eso es que quienes aspiramos el cambio del país debemos
alejarnos de esa manera de hacer las cosas. No es suficiente solo luchar porque
vuelva la cordura institucional, tenemos que bregar para que las normas de
comportamiento regresen a nuestras maneras y lidiar para que las buenas costumbres,
la urbanidad y la escrupulosidad sean el ejemplo a seguir; que la informalidad este
presente cuando sea necesaria y la formalidad cuando sea ineludible e
inexcusable, mientras tanto en la casa de citas, en que han convertido al país,
seguirá oyéndose el trompabulario del portero de burdel.
Llueve… pero escampa
MiGUEL SE QUEDO CORTO, LOS TIPOS QUE TRABAJAN EN ESOS BURDELES SON MAS AMABLES Y DECENTES.
ResponderEliminarExcelente como siempre. BZ
ResponderEliminarExcelente como siempre. BZ
ResponderEliminarGenial Don Miguel, excelente escrito
ResponderEliminarMuy bien compañero.
ResponderEliminarMuy bien dicho estimado amigo, lo arrasan todo y lo llaman revolución, lo único que pueden hacer es destruir, son la noche oscura que se olvida que amanece. Lo que más lamento es el daño al futuro del país. Un gran abrazo. Te felicito.
ResponderEliminarMuy bien dicho estimado amigo, lo arrasan todo y lo llaman revolución, lo único que pueden hacer es destruir, son la noche oscura que se olvida que amanece. Lo que más lamento es el daño al futuro del país. Un gran abrazo. Te felicito.
ResponderEliminarSaludos Prof. Yilales...muy certero en sus calificativos, excepto en la comparación con los de las trompas, osea a los del mundo animal..No soy de la sociedad protectora, pero la vida me ha hecho valorar a los animales como seres honestos. Esas personas a las que Ud. se refiere dista mucho a la de un ser vivo honesto. Me quedo con los Elefantes, Dantas y Osos hormigueros por nombrar algunos trompudos...y aquellos mejor que hagan gargarismo con agua bendita y un "chorrito" de Creolina...Claro está, lo mejor es que callaran, pero solos no lo van hacer. Hay que silenciarlos con VOTOS y lanzarlos al rincón de las chatarras inútiles, y llevar a los niños a verlos como mensaje de lo que NUNCA DEBIO SUCEDER.
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