Por Miguel Yilales
@yilales
Inusualmente escribo temas que no traten de política. Esta
es la segunda vez que hago un alto en esa dirección para dejar plasmadas mis
impresiones sobre alguien que abandonó el plano terrenal pero que dejó profunda
huella en quienes tuvimos el placer de ser su familia.
Dicen que escribir un
obituario es una de las cosas más difíciles, porque nos vemos tentados a garabatear
una angelografía (esas que están reservadas a los espíritus celestiales), pero
es imposible hacer ese desliz si de quien hablamos es de un ángel que Dios
envió a hacer una larga pasantía terrenal de 99 años. Hablar de mi tía Gloria
es hablar de un ser alado que nos protegió, cuidó y resguardo.
Cuando le tocó velar por sus padres, Papátayo o Mamaioca (me
perdonan la grafía pero así me sonaban de niño), lo hizo sin menoscabo de
sacrificio y entrega por encima de sus propios intereses. No tuvo hijos pero
fue madre de más de 2 docenas de retoños de los demás, madrina de muchísimos
otros más, tía sin igual, hermana ejemplar y enfermera abnegada.
Todos nos vestimos con sus disfraces, otros con sus vestidos
de noche y algunas hasta con los trajes de novia perfectamente confeccionados
por ella; sí se trataba de ir a un baile a acompañar a su cuñado ella cumplía a
cabalidad el rol circunstancial; aprendió a hacer unas tortas con un nevado
único, para bautismos, confirmaciones, cumpleaños, matrimonios o para cualquier
motivo a celebrar y cuando le diagnosticaron diabetes se apartó de los excesos
azucarados y logró con perseverancia vivir 40 años más.
Tenía su carácter, nunca se dejó acoquinar y menos
ningunear. Cuando tenía que mudarse, le sobraban lugares donde ir. Nunca se
detuvo, viajaba por el país sin esperar por nadie y regresaba para encargarse
de todos. Cuando enfermábamos ella nos atendía y nos cuidaba, no importaba si
era una eruptiva, una infección o simplemente una gripe, ahí estaba ella cual
enfermera al pie de la cama, presta para inyectarnos con la mano más suave que
nadie pueda tener. Hablar de Gloria Bracho es hacerlo de todos los que la
conocimos porque en cada uno de nosotros dejó sembrado su alma, su corazón y su
bondad.
Ella está hoy, junto a sus hermanas Carmen Ernesta y Ana
Dolores, con sus padres, su cuñado, sus sobrinos, sus compadres, sus primos del
alma y sus innumerables amigos, relaciones que sembró y cultivó en su larga
experiencia terrenal, dispuestos en la mesa del señor para degustar el rico manjar
de la vida eterna, y de postre un torta celestial que ella misma les preparó, digna
exquisitez de arcángeles, ángeles, querubines y serafines, como los que
aparecían en aquel viejo cuadro que mantuvo por muchos años al pie de su cama.
Le damos gracias a Dios por habernos permitido conocerla,
vivirla, sentirla y quererla; fue una bendición que ella nos llenara de amor y
afecto; sabemos que está en el plano celestial, porque no hay más ningún otro
sitio donde ella pueda estar.
Llueve… pero escampa
Así es primo, mil gracias
ResponderEliminarPerfecto Obituario para un ser excepcional... nada sobra y nada falta. Un Abrazo
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