domingo, 22 de mayo de 2016

Alcanzamos la gloria con Gloria


Por Miguel Yilales
@yilales
Inusualmente escribo temas que no traten de política. Esta es la segunda vez que hago un alto en esa dirección para dejar plasmadas mis impresiones sobre alguien que abandonó el plano terrenal pero que dejó profunda huella en quienes tuvimos el placer de ser su familia.
Dicen que escribir un obituario es una de las cosas más difíciles, porque nos vemos tentados a garabatear una angelografía (esas que están reservadas a los espíritus celestiales), pero es imposible hacer ese desliz si de quien hablamos es de un ángel que Dios envió a hacer una larga pasantía terrenal de 99 años. Hablar de mi tía Gloria es hablar de un ser alado que nos protegió, cuidó y resguardo.
Cuando le tocó velar por sus padres, Papátayo o Mamaioca (me perdonan la grafía pero así me sonaban de niño), lo hizo sin menoscabo de sacrificio y entrega por encima de sus propios intereses. No tuvo hijos pero fue madre de más de 2 docenas de retoños de los demás, madrina de muchísimos otros más, tía sin igual, hermana ejemplar y enfermera abnegada.
Todos nos vestimos con sus disfraces, otros con sus vestidos de noche y algunas hasta con los trajes de novia perfectamente confeccionados por ella; sí se trataba de ir a un baile a acompañar a su cuñado ella cumplía a cabalidad el rol circunstancial; aprendió a hacer unas tortas con un nevado único, para bautismos, confirmaciones, cumpleaños, matrimonios o para cualquier motivo a celebrar y cuando le diagnosticaron diabetes se apartó de los excesos azucarados y logró con perseverancia vivir 40 años más.
Tenía su carácter, nunca se dejó acoquinar y menos ningunear. Cuando tenía que mudarse, le sobraban lugares donde ir. Nunca se detuvo, viajaba por el país sin esperar por nadie y regresaba para encargarse de todos. Cuando enfermábamos ella nos atendía y nos cuidaba, no importaba si era una eruptiva, una infección o simplemente una gripe, ahí estaba ella cual enfermera al pie de la cama, presta para inyectarnos con la mano más suave que nadie pueda tener. Hablar de Gloria Bracho es hacerlo de todos los que la conocimos porque en cada uno de nosotros dejó sembrado su alma, su corazón y su bondad.
Ella está hoy, junto a sus hermanas Carmen Ernesta y Ana Dolores, con sus padres, su cuñado, sus sobrinos, sus compadres, sus primos del alma y sus innumerables amigos, relaciones que sembró y cultivó en su larga experiencia terrenal, dispuestos en la mesa del señor para degustar el rico manjar de la vida eterna, y de postre un torta celestial que ella misma les preparó, digna exquisitez de arcángeles, ángeles, querubines y serafines, como los que aparecían en aquel viejo cuadro que mantuvo por muchos años al pie de su cama.
Le damos gracias a Dios por habernos permitido conocerla, vivirla, sentirla y quererla; fue una bendición que ella nos llenara de amor y afecto; sabemos que está en el plano celestial, porque no hay más ningún otro sitio donde ella pueda estar.
Llueve… pero escampa

2 comentarios:

  1. Perfecto Obituario para un ser excepcional... nada sobra y nada falta. Un Abrazo

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