Por Miguel Yilales
@yilales
Los venezolanos tenemos una forma muy particular para
hablar. Por lo general adornamos nuestra conversación con expresiones
coloquiales muy nuestras. Los lingüistas y los filólogos pasan horas de estudio
e investigación sobre las frases, los refranes y las palabras que se perderían
en cualquier traducción oficial y rígida.
Pero así como hay palabras que nos son exclusivas o producto
de “venezolanización” de vocablos extranjeros, también es intrínseco a la cultura
venezolana, el colocar apodos y sobrenombres. Desde que entramos al preescolar
ya empezamos a ponernos motes unos a otros. Así pasamos la escuela, el liceo,
la universidad y aún en el trabajo la tradición con los sobrenombres no se
pierde. En nuestro entorno siempre hay alguien que se dedica a eso y hasta
tiene un don para hacerlo. Estudia las características, analiza a la persona y
le coloca el apodo exacto. Cualquier cosa sirve, desde defectos corporales, las
facciones, el nombre o el apellido, hasta similitudes con películas,
comiquitas, caricaturas y animales.
Cuando alguien asume un alias, generalmente, es porque hace
referencia a alguna característica física o a su forma de ser. Si alguien se
hace llamar el Tigre uno creería que es por su fiereza, si a otra persona le
dicen la Cuaima a nadie se le ocurriría confundirla con la mamá de Bambi, por
lo tierna y dulce o si por el contrario le presentan al Ratón (y no el de Cheo
Feliciano) de seguro pensará en un roedor despreciable.
De ahí que no se entiende el empeño de los maleantes
venezolanos en llamarse como tiernos o suculentos animalitos. Por esa vía
tenemos que peligrosos criminales, connotados capos y quienes conformaron parte
del delincuencial mundo venezolano (porque ministros, gobernadores, alcaldes y
jefes militares, sus compinches y camaradas, complementan el imperio del mal que
es el Socialismo del Siglo XXI) se llamasen el Conejo, el Topo y el Picure.
Pareciera que eso de usar alias, apodos o sobrenombres se ha
hecho viral. Tan es así que en una de sus últimas alocuciones a Nicolás Maduro
se le ocurrió decir que él era un becerro y que si la oposición lo provocaba
sería más becerro (https://youtu.be/JpUkzi1atWI). Uno hubiese esperado que escogiese una especie más fiera y
sí lo que le gustaba era lo bovino, por lo menos que fuese más bravío y cornudo
(no me refiero a su relación con Cilia), pero no fue así.
Llamar becerro a alguien es un insulto que, en algunos casos,
expresa que no se está a la altura de los demás y menos de las circunstancias,
también es usado para referirse a personas torpes, neófitas, pedantes, necias y
despreciables y en términos carcelarios describe a los presos que son sometidos
sexualmente, en referencia a que la cría de la vaca se alimenta mamando.
Es que un becerro puede ser un ternerito lindo (Simón Díaz
dixit), pero nunca algo fiero, astuto, calculador o salvaje. Desconozco que
impulsó a Nicolás Maduro a autodefinirse como becerro, menos sé si se esconde
por los mogotes, lo cierto es que las circunstancias lo han sobrepasado, que su
torpeza e impericia nos ha llevado a la crisis que vivimos y que mantiene esa
extraña relación de dependencia con los proxenetas del Caribe.
Hasta antier no más
Si Nicolás Maduro quiere insuflar respeto en sus propias
filas, porque el de la oposición lo perdió hace tiempo, debe asumir una
analogía animal distinta a la de becerro, no solo por lo anteriormente
expresado, sino porque está rodeado de verdes caimanes que abrevan en su mismo
pozo, magistrados que cuidan carne cual zamuros, “reptoras” que son todas unas
cuaimas y leales diputados que se ríen a sus anchas cual hienas (en especial si
tienen show televisivos).
El Socialismo del Siglo XXI se parece mucho al imperio
norteamericano que tanto critica y dice aborrecer (aunque depende cada día más
de él): crea sus monstros, los impulsa y luego, cuando no sabe qué hacer con
ellos, los elimina. Bin Laden, Hussein, Gadhaffi y Noriega se formaron bajo la
tutela de los gringos; el Picure, el Conejo y el Topo bajo las directrices de
ministros, gobernadores, militares y policiales revolucionarios, socialistas,
antiimperialistas y chavistas.
Hoy les tocó a ellos y mañana nadie sabe qué ocurrirá. Pérez
Jiménez estaba sólido hasta que se fue y Dilma Rousseff hasta antier no más. En
nuestros países se sacrifican becerros, no como ofrenda, sino para comer y
celebrar; y en Venezuela hay hambre con ganas de festejar.
Llueve… pero escampa
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